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lunes, 13 de agosto de 2012

El Túnel de Ernesto Sábato

Fragmento de nuestro último libro leído.


Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, 
siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la 
especie humana.........

...............La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad, de la 
abnegación, de la generosidad. Cuando yo era chico y me desesperaba ante la idea de que mi madre 
debía morirse un día (con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta 
reconfortante)........

....................En el Salón de Primavera de 1946 presenté un cuadro llamado Maternidad..........arriba, a la izquierda, a través de una ventanita, se veía una escena pequeña y remota: una playa solitaria y una mujer que miraba el mar. Era una mujer que miraba como esperando algo, quizá algún llamado apagado y distante. La escena sugería, en mi opinión, una soledad ansiosa y absoluta. 
Nadie se fijó en esta escena; pasaban la mirada por encima, como por algo secundario, 
probablemente decorativo. Con excepción de una sola persona, nadie pareció comprender que esa 
escena constituía algo esencial. Fue el día de la inauguración. Una muchacha desconocida estuvo 
mucho tiempo delante de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer 
plano, la mujer que miraba jugar al niño. En cambio, miró fijamente la escena de la ventana y 
mientras lo hacía tuve la seguridad de que estaba aislada del mundo entero; no vio ni oyó a la gente 
que pasaba o se detenía frente a mi tela. 
La observé todo el tiempo con ansiedad. Después desapareció en la multitud, mientras yo 
vacilaba entre un miedo invencible y un angustioso deseo de llamarla. ¿Miedo de qué? Quizá, algo 
así como miedo de jugar todo el dinero de que se dispone en la vida a un solo número. Sin embargo, 
cuando desapareció, me sentí irritado, infeliz, pensando que podría no verla más, perdida entre los 
millones de habitantes anónimos de Buenos Aires. 
Esa noche volví a casa nervioso, descontento, triste. 
Hasta que se clausuró el salón, fui todos los días y me colocaba suficientemente cerca para 
reconocer a las personas que se detenían frente a mi cuadro. Pero no volvió a aparecer. 
Durante los meses que siguieron, sólo pensé en ella, en la posibilidad de volver a verla. Y, en 
cierto modo, sólo pinté para ella. Fue como si la pequeña escena de la ventana empezara a crecer y 
a invadir toda la tela y toda mi obra...................................................


.................................Temblando empuñé el cuchillo y abrí la puerta. Y cuando ella me miró con ojos 
alucinados, yo estaba de pie, en el vano de la puerta. Me acerqué a su cama y cuando estuve a su 
lado, me dijo tristemente: 
—¿Qué vas a hacer, Juan Pablo? 
Poniendo mi mano izquierda sobre sus cabellos, le respondí: 
—Tengo que matarte, María. Me has dejado solo. 
Entonces, llorando, le clavé el cuchillo en el pecho. Ella apretó las mandíbulas y cerró los ojos 
y cuando yo saqué el cuchillo chorreante de sangre, los abrió con esfuerzo y me miró con una mirada 
dolorosa y humilde. Un súbito furor fortaleció mi alma y clavé muchas veces el cuchillo en su pecho y 
en su vientre.